sábado, 11 de septiembre de 2010

América latina: el capitalismo malo

El relativo ascenso de la izquierda en nuestro continente y la aparente eternidad de la
dictadura cubana resultan, para muchos, en gran medida inexplicables. Son, por cierto,
fenómenos íntimamente vinculados. Muchos critican a Estados Unidos por no haber tomado medidas más drásticas contra el establecimiento de una dictadura totalitaria en nuestro hemisferio, pero Estados Unidos necesitaba y nunca ha tenido una efectiva solidaridad latinoamericana para hacerlo. Ni siquiera hoy, tras el colapso de la Unión Soviética y el campo socialista. ¿Cómo es posible que queden simpatizantes de ese modelo universalmente fracasado y de la desastrosa revolución cubana? ¿Por qué no visitan la isla y comprueban que Cuba es un país literalmente en ruinas?

Debía ser obvio que la revolución más importante de la historia ha sido la revolución capitalista. Fue ella la que produjo la revolución industrial y la que ha permitido mejorar radicalmente el destino de la especie humana. Ha sido ella la que, ahora mismo, está sacando de la pobreza a incontables millones de personas en China y la India. ¿De dónde sale entonces ese anticapitalismo cerril en América Latina? ¿De dónde sale ese apoyo de masas a Chávez y a todos esos que proponen soluciones anticapitalistas fracasadas una y otra vez?Desgraciadamente, la tendencia anticapitalista de América Latina tiene una explicación racional. Toda la izquierda latinoamericana, desde las FARC hasta los laboristas brasileños, surge de un profundo descontento social. Ante la imposibilidad de conseguir reformas significativas, no es de extrañar que muchos hayan escogido el camino de la revolución. Cuando el camino de las reformas parece cerrado, la única opción al conformismo parece ser la radical subversión de la situación existente.

Es obvio que el modelo de capitalismo latinoamericano ha sido esencialmente fallido. Ahora bien, y esto es fundamental, no hay por qué identificar el capitalismo latinoamericano con el capitalismo en general. No pretendo ni asomarme al tema, pero quisiera llamar la atención de los intelectuales latinoamericanos sobre un importante libro recién salido de las prensas: Good Capitalism, Bad Capitalism, and the Economics of Growth and Prosperity, de Baumol, Litan y Schramm, tres distinguidos economistas americanos.

Me parece una obra extraordinariamente importante. Pudiera ayudarnos a superar viejas y amargas contradicciones. Los autores subrayan algo que debía haber sido evidente: no hay un solo modelo de capitalismo, hay varios. Hay un tipo de capitalismo donde los empresarios que
aportan nuevas ideas, capaces de resistir la prueba del mercado, desempeñan un papel fundamental. Es el que domina en Estados Unidos. Contrasta, sin embargo, con el capitalismo en Europa y Japón, donde ese tipo de empresariado parece ausente y donde la economía está dominada por una combinación de pequeños negocios y grandes empresas protegidas activamente por sus gobiernos. En otros lugares, el estado parece estar dirigiendo el tráfico, es ''el capitalismo guiado por el estado'', típico del este de Asia. Finalmente, en otras partes del mundo, lo único que preocupa a los dirigentes del gobierno y las elites que los respaldan es apropiarse los despojos de la economía. Esas economías son capitalistas en el sentido de que hay propiedad privada, pero esa propiedad está extremadamente concentrada en unas pocas manos.

La política gubernamental está dirigida a promover los intereses de un pequeño segmento de la población (generalmente muy rico) o los intereses del autócrata de turno. Son las economías ''oligárquicas'', las que han imperado en nuestro continente y las que han determinado nuestro subdesarrollo. Es el modelo que prevalece en América Latina, el Medio Oriente y gran parte de Africa. Todas las economías, por supuesto, son mezclas de los diversos tipos en diferente etapas de sus historias. Las economías más exitosas son las que tienen una mezcla de empresarios innovadores y de firmas más grandes y establecidas que refinan, producen y mercadean las innovaciones que los empresarios traen al mercado.

Las economías oligárquicas tienen varias características comunes. En primer lugar, la riqueza tiende a estar distribuida de forma extremadamente desigual: las grandes fortunas coexisten con una espantosa miseria. La economía informal está muy extendida. Muchas actividades económicas constructivas son técnicamente ilegales porque es extremadamente difícil, si no imposible, obtener licencias o títulos de propiedad de la tierra. Por otra parte, las economías oligárquicas están plagadas de corrupción. Las dificultades para obtener permisos y licencias son oportunidades para que el soborno se haga indispensable. Finalmente, en algunos países oligárquicos, la abundancia de un recurso natural --particularmente el petróleo-- ayuda a consolidar esa forma de capitalismo y dificulta sustituirlo. Como señalara Thomas Friedman, "el precio del petróleo y el avance de la libertad se mueven en direcciones opuestas''.

Los países oligárquicos tienden a generar una intelectualidad falsamente rebelde, amiga de criticar al ''imperialismo'' pero renuente a luchar por un capitalismo eficiente y productivo. Es una actitud suicida. ¿A dónde ha llevado el antiamericanismo de los venezolanos? ¿Cómo es posible que hayan ignorado a ese extraordinario precursor continental que fue Carlos Rangel, y su obra maestra Del buen salvaje al buen revolucionario? ¿Dónde están sus seguidores intelectuales? Ciertamente que sus ideas son más importantes que nunca.

Tenemos que desarrollar un capitalismo moderno, eficiente y productivo. No es posible hacerlo, sin embargo, sin cambiar radicalmente nuestra cultura. En ese sentido, Good Capitalism, Bad Capitalismme parece un libro excepcionalmente útil.

Capitalismo Bueno y Capitalismo Malo

Por CARLOS ALBERTO MONTANER

La OEA, que no sirve para casi nada, aunque la presida José Miguel Insulza, un político competente, pudiera asumir con realismo su condición de club de debates y olvidarse de otras misiones gloriosas que casi nunca consigue llevar a buen puerto. No es serio firmar compromisos solemnes, como la Carta Democrática, y luego ignorar olímpicamente lo que está sucediendo en Venezuela, Bolivia o Ecuador (y lo que empieza a ocurrir en Nicaragua), donde las instituciones republicanas, frágil sustento del Estado de derecho, están siendo sistemáticamente demolidas desde el poder.

¿Cómo pudiera el señor Insulza ganarse honradamente el pan al frente de una OEA modesta y pequeñita, pero razonablemente útil? Podría, por ejemplo, convocar a los presidentes de América Latina para debatir el gran tema moral, político y económico que sacude a toda la región desde el Río Grande a la Patagonia: ¿por qué los latinoamericanos constituyen el segmento más pobre y atrasado de Occidente? ¿Por qué en sus universidades y centros tecnológicos, algunos de ellos con cuatrocientos años de existencia, apenas se producen hallazgos significativos? ¿Por qué la mitad de la población latinoamericana vive en la miseria? ¿Por qué -en suma- el capitalismo latinoamericano ha dado tan pobres resultados si se contrasta, por ejemplo, con el éxito de los países escandinavos o con Canadá y Estados Unidos, las otras dos expresiones europeas del otro lado del Atlántico?

En realidad, casi todas esas preguntas ya fueron respondidas, indirectamente, en un excelente libro, Good Capitalism/Bad Capitalism, escrito por los economistas norteamericanos William J. Baumol, Robert E. Litan y Carl J. Schramm, publicado recientemente por Yale University Press. El título agrega algo más para explicar de qué se trata: "la economía del crecimiento y la prosperidad". Y la tesis es sencilla de entender: el hecho de que existan propiedad privada y mercado no genera necesariamente desarrollo. En Haití y en Holanda hay mercado y propiedad privada, pero en un país la gente se muere de hambre y en el otro las grandes preocupaciones comienzan a ser la obesidad y la longevidad excesiva.

De acuerdo con la persuasiva explicación de los autores, no hay un capitalismo, sino cuatro: el guiado por el Estado, el capitalismo mercantilista, donde los funcionarios escogen a los amiguetes ganadores o a los desdichados perdedores; el capitalismo oligárquico, muy parecido al primero, donde un pequeño grupo de gentes adineradas pone el Estado a su servicio y convierte la actividad económica en un coto cerrado para su único beneficio; el gran capitalismo o capitalismo de las grandes empresas, donde el poder de los gigantes económicos hace girar la organización de la sociedad en provecho de sus enormes y ubicuos intereses; y -por último- el capitalismo empresarial, donde el Estado no asigna privilegios y se limita a crear las condiciones para el surgimiento incesante de empresas que deben sustentarse en mercados abiertos y competitivos gobernados por la agónica búsqueda de innovaciones, calidad y mejores precios con los que conquistar a los consumidores.

Éste último es el "buen capitalismo" de que habla el libro, y aunque no existe en estado puro en ninguna parte, es evidente la relación que se advierte entre este modelo de producción y el buen desempeño económico. De diversas maneras y grados, esto es lo que sucede en las veinte naciones más prósperas y desarrolladas del planeta. Los autores, por supuesto, no prometen que el capitalismo empresarial traerá un mundo más justo y equitativo, e incluso defienden las virtudes de los desequilibrios como parte del impulso destructor que regenera constantemente al mercado, pero sí advierten que en las naciones que lo practican es donde se observan menores desigualdades. El índice Gini, que mide las diferencias de ingreso en las naciones, demuestra que una sociedad como la danesa, paradigma del capitalismo empresarial, tiene un índice de distribución de ingreso dos veces más equitativo que los países latinoamericanos.

En realidad, Good Capitalism/Bad Capitalism no dice nada radicalmente nuevo, pero aporta algo muy importante al debate: una manera muy ordenada y convincente de presentar los argumentos, y lo hace sin recurrir a la jerga complicada de la economía. Es un libro para profanos. Por ejemplo, con tres o cuatro excepciones, para los presidentes latinoamericanos. Ojalá Insulza se anime a leerles el texto despacito y en voz alta. Se beneficiarían. Nunca es tarde para aprender un par de cosas.

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